La ex sede del Ministerio de Obras Públicas, conocido popularmente como el "edificio de Evita", alberga un monumento que podría no tener precedentes en el mundo: una estatua que parece simbolizar el pago de coimas en la Argentina de la década del 1930.
La singular torre ubicada en la av. 9 de julio, es un ejemplo de modernidad para ése entonces, y fue ideada por Alberto Belgrano Blanco, aunque quién realmente la materializó fue su colega José Hortal, director nacional de Arquitectura, allá por el año 1933, el mismo que tiempo después se convertiría en el responsable de la escultura que genera las interpretaciones más curiosas.
Su nombre y las razones que lo impulsaron a crear a ésta última no aparecen reflejados ni certificados en ningún documento oficial, no obstante, se integra a una antigua leyenda urbana que se mantiene viva en la sociedad.
Las idas y venidas y los presuntos intentos de sobornos que buscaban acelerar la obra agotaron la paciencia de Hortal y lo animaron a poner en marcha la pieza de arte que tenía en mente. Quería reflejar de algún modo la presión que sufría en carne propia.
Ésa es una de las hipótesis que sostiene un grupo de historiadores y arquitectos y por eso, antes de entregar el edificio, decidió colocar en los vértices de la fachada principal dos esculturas de gran tamaño y estilo art déco que no estaban previstas en el proyecto original y hoy resultan insólitas.
Según el mito, cuenta el historiador Daniel Balmaceda, una de ellas lleva en su mano un pequeño cofre, y con la otra extiende la palma de su mano hacia atrás, con su brazo pegado al cuerpo, mientras mantiene una mirada distraída.Una alegoría o denuncia sutil, acerca de la interna que subyacía al proyecto, vigente hace más de setenta años.
Varias versiones dan cuenta del malestar que sentía por ésos años Hortal y hay quiénes apuntan que la inauguración de la Avenida 9 de Julio complicó los planes originales del arquitecto porque el edificio, de 93 metros de altura, obstruía el trazado de la calle más ancha de la Argentina al quedar en medio del llano. Así lo expone el periodista y escritor Diego M. Zigiotto en su libro "Las mil y una curiosidades de Buenos Aires", donde realiza una radiografía completa de sus 48 barrios, incluido el de Monserrat.
También se refieren a los tironeos y las propuestas para abortar el proyecto y demolerlo, que poco tardaron en replicarse.
Entre las alternativas barajadas -agrega Zigiotto-, Belgrano Blanco propuso una segunda construcción gemela y enfrentada, que acentuaba su monumentalidad y se transformaba asimismo en un gran portal de ingreso a la ciudad desde el sur. Otros recomendaron derribar la planta baja conservando los pilares, y algunos especialistas -tal vez los más "osados"- sugirieron trasladar el edificio a la manzana lindera mediante rodillos.
Finalmente y contra los malos augurios y pronósticos, las dos obras, la de la torre y la del monumento, siguieron adelante y fueron inauguradas hacia 1937 y que diez años más tarde en 1980 la avenida fue concluída en toda su extensión.
Cristina Beatriz Fernández, responsable del programa "Moderna Buenos Aires" del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo, y Carmen Magaz, experta en monumentos de la ciudad y profesora de los posgrados de Historia de la Universidad del Salvador (USAL), opina que es una práctica común el hecho, dentro de la estatuaria antigua de la ciudad.
"Los artistas incurrían muchas veces en una especie de juego o guiño imaginario con el otro. Especialmente, esto ocurría cuando había algo del contexto en que vivían que los inquietaba.
Así, muchos escultores de la época, mediante sus obras, buscaban movilizar al pueblo y (volverlos cómplices)", subraya la arquitecta y deja abierta la posibilidad de que éste caso no escape a una tradición que se ha enraizado dentro de la historia argentina.
Por Valeria Vera/La Nación
Según el mito, cuenta el historiador Daniel Balmaceda, una de ellas lleva en sus dos manos un pequeño cofre, mientras que la otra extiende la palma de su mano hacia atrás, con su brazo pegado al cuerpo, y mantiene una mirada distraída. Una alegoría o denuncia sutil, acerca de la interna que subyacía al proyecto, vigente hace más de setenta
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